mayo 21, 2009

Del coqueteo en la carretera...


Recientemente en Reino Unido se realizó un estudio sobre la cantidad de hombres y mujeres que habían logrado una relación luego de haber "coqueteado" en su vehículo, es decir, de choferes que en un alto o en una presa (de esas que abundan en mi linda Costa Rica) le habían "hecho ojitos" a otros choferes y se habían "empatado".

Resultó que dicha forma de conquistarno sólo era común entre los ingleses, sino sumamente efectiva. Divertido, ¿no?

Independientemente de las razones o el mecanismo, se me hizo curioso el darme cuenta de que aquí en Costa Rica la técnica es poco efectiva. Por lo menos no es algo que se escuche a menudo como una forma de conquista.

Pero, ¿por qué?, me pregunté. Si para este momento habemos muchísimas mujeres conductoras, si pasamos tanto tiempo pegados en las presas de cualquier parte de San José, Heredia, Alajuela o Cartago y si realmente ahora casi todo el mundo maneja.

Ahora bien, si nos ponemos a pensar en nuestra cultura al volante, es fácil deducir las respuestas:
  • Los ticos en general continuamos siendo muy machistas. Muchos hombres todavían reaccionan negativamente al ver a una mujer manejando. Además de que se mantiene el mito ese de que "mujer al volante, peligro constante", para muchos de nuestros machos alfa sería todo un problema para su ego aceptar el hecho de que le va a "echar los perros" a una mujer que se ha atrevido a sacar su licencia.
  • Las ticas no soportamos a los machos alfa, y suponemos que la mayoría de los "Fast and the Furious" que conducen sus "chuzos" por San José, probablemente tienen un serio problema con el tamaño de su miembro.
  • Los ticos somos pésimos choferes, entonces entre cuidarse de que te echen el trailer, el bus o el taxi, o que se te meta una moto de la nada, es difícil realmente poner atención en si quieres guiñarle el ojo al chofer de al lado.
  • Para aquellos que acostumbran hablar por celular sólo cuando se montan a su carro, pues es difícil ya tratar de manejar con el celular en la mano, mucho más sería manejar, hablar por celular y coquetear.
  • Y finalmente, no puedo omitir en este comentario el hecho de que las calles se han convertido en el lugar más inseguro. Anda uno cuidándose de que no le asalten, no le rompan el vidrio, no lo secuestren y no lo bajen del carro, así que coquetear no está entre las prioridades de nosotros los conductores.
Conclusión: estamos muy lejos de parecernos a países de primer mundo donde manejar es un placer, una tranquilidad y una actividad social más y en la que es posible encontrar una pareja o por lo menos a alguien con quien salir.

¿Y si hacemos el amor y no la guerra en las calles? ¿Cuál será el resultado?

mayo 11, 2009

New York, New York


En la inmensidad de la Gran Manzana me sentí insignificante. En esos 21,5 kilómetros que mide Manhattan, la realidad tuvo un matiz distinto.

La gente parecía ir y venir convencida de que vive en el centro del universo y cada discurso, cada esquina de la ciudad, cada edificio y cada atracción, lo confirman. Por lo menos ese es el discurso de la NBC en el piso 70 del Top of the Rock Building, en el Rockefeller Center.

Pero cuando me aprendí las rutas del metro; cuando hice la fila para cada una de las paradas turísticas; cuando me senté en el Times Square a comerme una hamburguesa de McDonalds, inevitablemente me sentí como una mosca en una enorme pared, con miles de moscas más.

John Lennon tenía razón: "Si Estados Unidos fuera el imperio Romano, New York sería Roma".

Nada tiene que ver Sex and The City con la verdadera cara de la ciudad. No vi tal glamour de mujeres en tacones altísimos caminando por la quinta avenida. Allá no existía la crisis y mucho menos la gripe porcina. Pero todos saben lo que es un GPS y un teléfono con conexión Wi Fi gratuita en prácticamente todo lado.

¿Qué se dice cuando se vive sin un hueco en la calle y sin una estrella en el cielo? Que la vida es muy solitaria y que aunque lo tenemos todo, no se puede tomar agua del tubo. La carne es perfecta y las verduras también, pero no saben a nada. Todos comen por tres y las tallas grandes son realmente GRANDES. En realidad, todo es grande. Los centros comerciales, las autopistas, las casetas de peaje, el río Hudson, los museos, los barrios y la soledad.

Extrañé las simplicidades de esta vida tan tica mientras envidié su desarrollo, una envidia que se disipó cerca de la hora de regreso. Yo olía a New York, tanto que creí que lo tico se me iba a borrar en el próximo baño. Extrañé el olor de todo lo que no como: gallo pinto, natilla, aguadulce, tamales, arroz con leche.

Sabía que cuando me tocara manejar otra vez en las calles de San José, me sentiría realmente subdesarrollada, pero en fin, no puedo comparar a un país que cabe en la Florida con la súper máquina de dinero y sueños de oro que es la Gran Manzana.

Por cierto, ya encontré la respuesta a la pregunta de por qué le llaman la Gran Manzana. Simplemente a Manhattan no se le puede comer de un solo mordisco.

No extraño los mareos del avión ni las filas de espera, pero este lugar es embriagante. Al cuarto o quinto día me entró el mal de patria y la cabanga. Al sexto estaba harta de los combos Super Size y del helado de TODOS los sabores. Pero al poner un pie en el aeropuerto Juan Santamaría, comenzó a invadirme un sentimiento medio raro, como si el cuerpo quisiera devolverse a ver los museos que no pudimos ver por falta de tiempo o por cansancio, como si de verdad quisiera ir a echarme debajo de uno de los arbolitos del Central Park, o como si en serio quisiera comerme un hot dog de los puestos callejeros ahí por la catedral de San Patricio. Hasta me invadió una profunda tristeza por ese par de edificios que sólo conocí en fotografías y cuyo espacio vacío me faltó visitar.

Casi un mes después extraño a la señorita Libertad y los viajes en el metro. ¡Esos sí que son toda una aventura!. Miro los tickets de los museos y las atracciones y me entran las ganas de agarrar mis maletas e irme a caminar, de nuevo hasta el cansancio, por las calles de Manhattan cantando una versión tica de English Man in New York para ver si me contratan en Broadway.

En resumen, dicen por ahí que los viajes nos enriquecen. Si eso es cierto, juro que yo regresé millonaria.