febrero 25, 2009

Aquellas pequeñas (grandes) cosas


Canta Serrat en su hermosa canción "Aquellas pequeñas cosas", que uno cree que todo eso se lo llevó el tiempo, que uno olvida casi todo. Claro que Serrat habla de esos recuerdos en la memoria, esos detalles que nos quitan el aliento y que nos hacen vivir, al final de cuentas.


No, no voy a hablar de esas pequeñas cosas. Voy a hablar de otras pequeñas grandes cosas, esos momentos, instantáneas fotográficas que nos dicen "hola, hey, estás viva".

Un día de estos, saliendo del estacionamiento de una zona franca de pronto vi un gato. No recuerdo muy bien el color del gato o si era grande o chiquito, pero lo que sí recuerdo es que llevaba algo en su hocico, algo como que muy grande para él. Tanta fue mi curiosidad que detuve mi carro para ver con detalle y lo que ví me sorprendió. El gato llevaba en sus fauces un pájaro recién casado y por supuesto, ya cadáver.

Esas son las cosas que a veces nos perdemos por culpa de la rutina y el día a día, el estar muy ocupados, el querer hacerlo todo de una vez y el etcétera de la vida moderna.

Precisamente como el arco iris que se formó un día de estos justo sobre el edificio en el que trabajo y que me hizo detenerme, exclamar, tomar mi celular y capturarlo. Cómo no lo iba a hacer si el momento, ese instante en que se detuvo el tiempo frente me exigía que en mitad de mi ocupada vida aún debo tener un segundo microscópico para admirar la belleza de los detalles.

Como los árboles que derraman sus flores anaranjadas sobre nuestros parques y jardines, los atardeceres anaranjados que duelen en la pupila, la sonrisa de aquellos que están a la par nuestra todo el tiempo, el silbido de un extraño, el milagro de la amabilidad en la calle, un perrillo suelto que anda husmeando por ahí, la canción que sonó de pronto y nos exaltó el corazón...
En fin... la vida misma es esa pequeña gran cosa que nos pasa a diario y de la que no nos percatamos.


febrero 11, 2009

Almuerzo de un escándalo anunciado


Cuenta la leyenda que unos politiquillos se fueron a almorzar -aunque también se dice que era una cena- a un lugar muy pero muy caro. Cariñosillo, diría Ned Flanders para tratar de bajarle el perfil al tema.

Continúa el cuento que el lugar era tan caro y tan exclusivo, que 6 lomitos costaron más de cien mil colones. Para aquellos que no están familiarizados con la moneda tica, eso sería aproximadamente unos 176 dólares, mucho para unos lomitos, pero sobre, mucho para un almuerzo de trabajo.

La historia es muy conocida, casi como las leyendas de la llorona y el cadejos. Qué es, entonces lo maravilloso o diferente de esta leyenda urbana? Básicamente es el descaro, el engaño para un pueblo que sabe que un almuerzo de más de medio millón de colones -un poco más de mil dólares- sólo debe ser pagado con recursos privados, cuando los hay y cuando son lícitos.

Me parece, como ha de parecerle a muchos de mis compatriotas, que es la punta del iceberg, que deben haber por ahí un montón de gastos de representación injustificados pero pagados por el sudor de la frente de cada tico y extranjero que vive, trabaja y paga sus obligaciones tributarias en este país.

Si muchas empresas privadas tienen estrictos controles para sus gastos en viáticos, regulaciones para reuniones-almuerzo y estrictas listas de restaurantes y hoteles autorizados, ¿por qué las instituciones públicas no aplican las mismas reglas? Fácilmente se delimitan los gastos por cabeza que pueden invertirse en un café, desayuno, almuerzo o cena, así como las cosas que sí se justifican y aquellas que no.

Un viaje de trabajo, una reunión con autoridades de otro país, la compra de un equipo necesario, etc, etc, etc. Pero una cena en una lujoso restaurante de la capital, veáse por donde se vea, el sentido común nos dice que ya con sólo tomarse un refresco la cuestión saldrá cariñosa.

¿Qué le diría yo a doña Clara Zommer y a cualquier político? Use el sentido común. Si algo le parece muy caro es que seguramente lo es. No es que pase hambres y coma mal, no, pero tampoco que coma oro cuando algunos están comiendo piedras.

Y colorín colorado, espero que este cuento no se haya terminado.