octubre 21, 2008

No me queda nada


Quizá es que jamás tuve un espacio en el profundo paréntesis que siempre ha sido tu vida, ayer, hoy o cuando fuera. Quizá me equivoqué al tocar tu puerta, como una lotería no del amor, sino del desamor.


Al final eso era lo que me faltaba para darme cuenta de que te di todo lo que tenía, todo lo que podía y que ya no quiero darte nada más, porque realmente me he quedado vacía. No me malentiendas, no es vacía en todo mi ser, sino en esa parte que te correspondía por esos azares de la vida.


Sí, se me agotó la ración que tenía para ti y ya no tengo nada más para darte. Por más que busco en mi corazón, ya no me quedan motivos, ni esperanzas, ni ilusiones, ni un afecto pequeño tan siquiera.


Perdóname, no es egoísmo, simplemente que ya no sé que darte, ya mi corazón se niega a hacerte un espacio en mi vida si este frío continúa así, helándome los huesos. Ya no estoy para esperar en mitad de la intemperie tener un poco del calor de otro ser humano; ya no puedo continuar mendigando una caricia.


Y ya viene el frío de nuevo, esos fríos que calan los huesos y destrozan la esperanza y no estoy para pasarme las noches esperando, al interminable vacío que a veces me envuelve o al auténtico anhelo de una caricia cuando todo el mundo se ha vuelto oscuro… incluyendo el mío.


Ya no tengo nada para darte. Me vine a dar cuenta que los rezagos de cariño que me quedaban se han consumido por completo en las pocas horas que pude volver a tenerte. ¿Cómo seguir queriendo al ausente? ¡Las estatuas nunca dejaron de serlo! Pero yo seguía besando la piedra.